miércoles, 8 de diciembre de 2021

El violador de inviolabilidades

 

Por Javier Bleda

Esa mujer, Corina, que maneja a los hombres como yo manejo mi lengua con una buena comida (me refiero a una comida en una mesa, comida en términos alimentarios), anda liada (es lo suyo) en una campaña de acoso y derribo al emérito propalando a los cuatro vientos, judiciales y mediáticos, que quien la acosó, y es posible que también derribó, porque la pastilla azul seguramente funcione mejor con los de sangre azul, fue Juan Carlos de Borbón en su versión postabdicatoria. En todo caso, por motivos obvios dada la fama de mujer de negocios de la susodicha, sería metafísicamente imposible que Juan Carlos fuera el primero porque en esto de la bragueta no impera el orden dinástico, pero sí tal vez fuera la primera vez que alguien usaba con ella el potencial de Inteligencia de un Estado (¿He dicho inteligencia? ¡Perdón!), para solucionar semejante asunto.

 

No es este un artículo para hablar de las bondades sexuales de ambos elementos, el coronado y la reina consorte del norte, y ello a pesar de que dichas bondades han dado a nuestra monarquía un toque internacional gracias al encoñamiento real y a la sabiduría popular de esta señora, mediadora de negocios, que se tiene aprendido al dedillo lo de las carretas. Pero sí me parece de recibo sacar a colación la estrategia de defensa de los abogados emeritales en Reino Unido con la que pretenden absolver del lío al padre del Rey Felipe VI. Sin entrar en detalles procesales, los letrados (esto siempre me ha parecido una afrenta, algo así como si los demás no lo fuéramos) argumentan la inviolabilidad de Juan Carlos in aeternum, y es que son de los que piensan que si tal inviolabilidad le fue pródiga durante decenas de años para cometer todo tipo de desmanes, dicha inviolabilidad debe acompañarle hasta el final de sus días porque sigue siendo rey, emérito, pero rey, y además forma parte de la Casa Real española, como si esto fuera importante para ser más o menos inviolable en términos jurídicos.

 

Por si fuera poco, los abogados del emérito, que más bien parece que se han centrado en alguna bebida escocesa que en la defensa de su cliente, argumentan que, además de in aeternum, la inviolabilidad de Juan Carlos también es circum orbem, o lo que es lo mismo, que si le ha servido en España igualmente le puede servir en el Reino Unido porque allí también tienen reyes inviolables, incluso príncipes inviolables, y hasta mujeres sospechosamente muertas de príncipes inviolables, porque esto de la inviolabilidad da para mucho. Por cierto, se queja Corina de que los servicios secretos españoles, o alguien que andaba por allí, le dejaron en uno de sus muchos apartamentos un libro sobre la muerte de Lady Di a modo de aviso sobre lo que le podía pasar si era una nena mala. Y digo yo, presentar este dato en una acusación contra un rey, precisamente en el país donde Lady Di fue princesa, ¿quiere decir que los servicios secretos españoles podrían matar a Corina igual que los UKnianos pudieron matar a Diana?

 

Pero, con todo, lo que a mí me llama la atención no es exactamente la inviolabilidad subjetiva, sino el hecho de que se utilice esta para la defensa del monarca en lugar de decir “Juan Carlos no cometió ninguno de los hechos que se le imputan”. Y esto es así porque, si no se niega la mayor, lo que estamos dando a entender es que se reconocen los hechos, que sí acosó a Corina (aunque con la pasta que le ha dado hasta yo me pondría una peluca y me dejaría acosar por el emérito); que sí se utilizaron los servicios secretos del Estado español para vigilar y amedentrar a esta buscadora de chollos y, lo que es peor, que sí se utilizó al propio jefe de los servicios secretos para incluso amenazarla, incluyendo a sus hijos en el paquete, como en las buenas películas de la mafia.

 

Llegados a este extremo, hemos de colegir que durante todo su reinado, e incluso antes, los servicios secretos españoles han rendido feudal vasallaje a un rey indigno de tal honor, no del vasallaje, sino de la corona, y no han dudado en hacer “lo que haga falta” para que la institución monárquica permanezca a cualquier precio y por encima de quien sea. No hablo de monarquía o república, sino de la decencia que se espera de las instituciones, y en especial de las más altas instituciones del Estado, y cuando esa decencia no existe, cuando donde tendría que haber transparencia hay cloacas, cuando se ríen las gracias de actos que no tienen ni pizca de gracia, en resumen, cuando un rey toma todo el poder en la sombra de un Estado para fornicarse hasta a la Constitución, entonces es cuando se convierte en un violador de su propia inviolabilidad, dejando un fétido aroma sobre su honor real, suponiendo que lo hubiera, el honor, no el aroma fétido.

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