sábado, 5 de noviembre de 2022

Mamporrerismo de Estado

  Por Javier Bleda 
Foto: El Español. Juanjo Pérez Monclús


No tiene desperdicio la entrevista a Narcís Serra, publicada en el periódico El Español, su autor, Daniel Ramírez, debió estar cerca del paroxismo periodístico absoluto al escuchar cómo, delante de la cámara, el que fuera vicepresidente del Gobierno con Felipe González, y también ministro de Defensa, afirmaba sin inmutarse que los servicios secretos, de los que él era el máximo responsable final, alquilaban chalets para que el entonces Rey, ahora emérito, fuera a verse con sus amantes de mayor o menor tarifa.

 


Sin duda esta entrevista a Serra no tiene el más mínimo desperdicio, sobre todo por las múltiples miradas perdidas del entrevistado, que navegaba entre sus recuerdos y su impunidad, y los movimientos placenteramente nerviosos del entrevistador, que posiblemente no se podía creer lo que estaba escuchando, porque no suele ser habitual que estos bandoleros políticos reconozcan públicamente sus fechorías, ni tan siquiera cuando pudieran ser objeto de la maldita prescripción judicial que no hace sino añadir más impunidad a aquella con que en su momento se manejaban. 


Dice Serra en la entrevista que lo de alquilar chalets para las amantes de Rey era, precisamente, para que “lo hiciera dentro de un control”, añadiendo que “Cuando se tienen altas responsabilidades, hay muchas decisiones difíciles, y en aquel momento, y sobre todo después del 23-F, yo creía que había que ayudar a apuntalar totalmente la figura del Rey”. 


Desde luego que apuntalar, lo que se dice apuntalar, más que la figura del Rey, las que resultaron apuntaladas fueron las que, en lugar secreto pagado con dinero público, abrían sus piernas a un jefe de Estado que luego aparecía con la Reina en todos los actos oficiales haciéndose el campechano como si nada hubiera pasado. Y en este punto me voy a permitir la licencia de cargar parte de la culpa a la monarca consorte, porque ella sabía perfectamente lo que había, tanto que dormían en habitaciones separadas desde no se sabe cuándo, y sin embargo no fue capaz de parar al berraco borbónico que parecía sumido en un constante estado de berrea propiciado, posiblemente, por aquello de ser el que firmaba una constitución que garantizaba que no sería responsable de sus actos. De ninguno de sus actos. 


Añade Serra en la entrevista: “Asumí el coste que supuso”, para rematar sobre el tema diciendo: “No me arrepiento de haberlo hecho en aquel momento”. Me pregunto qué coste asumió Serra, porque el dinero con el que se pagaban los chalets no era suyo, sino de los fondos reservados y que nunca debieron ser malgastados en casas de alterne reales. ¿Se refiere al coste político? No, porque eso tampoco lo pagó, al menos por esto que ahora cuenta del Rey. Sin duda, resulta vergonzoso para la propia democracia que quien tuviera tan alto rango de poder se atreva a decir ahora que no se arrepiente de haber actuado de mamporrero monárquico en nombre del Estado, y además lo dice desde la reflexión, tomando su tiempo para responder y con mirada retrospectiva. Nunca dejará de sorprenderme esta especie política, sea del color que sea, que permitimos que nos agreda en lo más íntimo que podemos tener, la inteligencia. 


Por supuesto, para que los servicios secretos pudieran alquilar chalets para el monarca Juan Carlos I, era absolutamente necesaria la intervención de su director, en este caso el ya fallecido Emilio Alonso Manglano, de ahí que Serra apostille: “Yo lo que no quería era intervenir en los entresijos del CESID, consideraba que Emilio, que era de toda mi confianza, y seguiría siéndolo, llevaba el asunto”. Y así fue, Manglano era el responsable de la supervisión logística, pero Serra, en tanto que ministro de Defensa, y por supuesto Felipe González, eran los superiores de Manglano y, por tanto, sabían perfectamente lo que se estaba haciendo. Precisamente las palabras de Manglano sobre el funcionamiento de CESID aparecen en el magnífico libro El jefe de los espías, de Javier Chicote y Juan Fernández-Miranda. A la pregunta de quién es el jefe de Manglano, él responde: “Yo dependo funcionalmente del presidente del Gobierno, y administrativamente del ministro de Defensa. Esos son mis patrones”. Y a la pregunta “¿Usted reporta fundamentalmente a Felipe González?”, Manglano responde: "Directamente, los informes del Centro van al presidente del Gobierno, van también a Defensa, van también a Exteriores o van también a Interior, según la naturaleza de los informes”. 


En todo caso, y a pesar de las declaraciones de Narcís Serra al periódico El Español afirmando que los servicios secretos, él mismo, y Felipe González por derivación, actuaban de mamporreros del Rey Juan Carlos, hay otra realidad paralela que una vez más nos lleva a la tesitura de pensar si es que esta gente que llega al poder piensa realmente que el pueblo es estúpido. Los chalets no se alquilaban para que el Rey se dedicase a las barraganas durante su jornada laboral, sino que eran lugares repletos de cámaras y micrófonos en los que un nutrido y selecto equipo de prostitutas, contratadas con cargo a los presupuestos generales del Estado, fornicaban con diplomáticos extranjeros a los que luego se presionaba para conocer información sensible a cambio de no dar a conocer sus vergüenzas, y la mayoría resultaron víctimas de sus escarceos, más por miedo a sus mujeres que a sus gobiernos. Y ya puestos, además de diplomáticos extranjeros, también cayó algún que otro político español de renombre y altos cargos de grandes compañías. Así funcionaba la cosa, qué le vamos a hacer. 


La trampa de los prostíbulos del CESID era tan grande que hasta el monarca cayó en ella en repetidas ocasiones como asiduo de aquellos lupanares al estilo de James Bond y, por supuesto, los servicios secretos aprovecharon para grabarlo, igual que a los demás, cuando únicamente llevaba puesto el Toisón de oro que colgaba de su cuello. 


Los servicios secretos, los de todo el mundo, los españoles también, siempre han sido un antro de perversión de la propia naturaleza de las cosas. Su manera de operar, fundamentada en el secretismo, les ofrece la posibilidad de jugar con el espejo de la realidad y pasar a uno u otro lado con la misma facilidad que Alicia en el País de las Maravillas. Es más, yo diría que los servicios secretos son como un buen tampón, que vale para todo, y tanto es el parecido con el artilugio menstrual que, en mi opinión, podrían mancharse de sangre igualmente y luego, con tirar de la cuerdecilla, todo solucionado. 


Tal vez a alguien le pueda parecer exagerado esto de la sangre, porque la sangre siempre ha sido muy escandalosa, pero les pongo un ejemplo de lo que estoy diciendo para que vean que no me fundamento en ideas estrafalarias de conspiraciones, ni por desgracia tampoco estoy patrocinado por marca de tampones alguna. En su libro, Palabra de director, Pedro J. Ramírez, a la sazón director del periódico donde se ha publicado la entrevista a Narcís Serra, se puede leer lo siguiente de una reunión que el periodista mantuvo con Juan Alberto Belloch, superministro de Justicia e Interior socialista en tiempos en los que Serra era vicepresidente del Gobierno: “No moví un párpado -añade-, pero el corazón me dio un vuelco. El ministro del Interior (Juan Alberto Belloch) me estaba diciendo que el vicepresidente estaba planeando asesinar al director de la Guardia Civil huido. Y cuando hablaba de Narcís Serra, hablaba, claro, del CESID, los servicios secretos que manejaba desde que había sido ministro de Defensa y a través de los que supuestamente había obtenido los fondos para pagar el informe contra Mario Conde”. 


Es decir, todo un ministro de Justicia e Interior, porque cuando hizo esta afirmación era ministro, da por hecho que los servicios secretos pueden ser utilizados para matar a quien sea, y en ese quien sea entra todo, lo mismo un director de la Guardia Civil fugado que sabe demasiado que una actriz embarazada por esperma de sangre azul. 


Y ya que sale el ejemplo de una actriz embarazada, imposible no pensar en Sandra Mozarowsky cuando escribo sobre Narcís Serra. Seguramente quien lea esto se preguntará si no he perdido la cabeza porque la actriz murió suicidada contra su voluntad en 1977, cuando todavía Narcís no tenía mando en plaza, ni en los servicios secretos. Sin embargo, cuando el Partido Socialista ganó las elecciones en 1982, una de las primeras cosas que ocurrieron fue que unos policías, que echaban horas extras en las cloacas del Estado, y por tanto condecorados, a las órdenes del comisario Manuel Ballesteros, jefe del Mando Único para la Lucha Contraterrorista, mataron a sangre fría el 5 de diciembre de 1982 al GRAPO Martín Luna, y con esto se cerraba un círculo que igualmente, como los chalets de las putas del CESID, estaba directamente relacionado con los escarceos del Rey y los trabajos más oscuros del Estado. Directamente relacionado con Sandra. 


El editorialista de El País, Javier Pradera, escribió al día siguiente de la ejecución a Martín Luna: “Esperamos que una inmediata investigación oficial ofrezca a la opinión pública todos los datos que rodean la muerte de Martín Luna. Sorprende la falta de reacción de los nuevos gobernantes socialistas, que se contentaron, como todo esclarecimiento, con ofrecer ayer una breve nota del MULC (Mando Único para la Lucha Contraterrorista). El cambio tan profusamente anunciado obliga como mínimo al nuevo Gobierno, empezando por el ministro del Interior, José Barrionuevo, a dar la cara y explicar al país el fondo de este oscuro asunto y las formas empleadas para acabar con el GRAPO”.  


Al comisario Manuel Ballesteros le pasaba como a Manglano, que el Mando Único para la Lucha Contraterrorista contaba con tres órganos y el que él dirigía tenía la representación del CESID, que ya estaba controlado por Narcís Serra, por lo que la información de todo lo que se hacía pasaba por las manos del ministro de Defensa, incluso antes que por las de Barrionuevo, que era ministro del Interior, aunque no antes que por las de Rafael Vera, que además de secretario de Estado para la Seguridad era el zurcidor de todos los entramados, especialmente aquellos relacionados con los fondos reservados. A Ballesteros después de esto le ascendieron a jefe de Operaciones Especiales y después a director del Gabinete de Información del ministro del Interior, no se sabe muy bien si como premio a su larga trayectoria como torturador profesional o por los servicios especiales prestados al Estado cuando correspondía. 


Ahora, cuando se cumplen 40 años de aquellas elecciones que dieron paso a un Gobierno donde se practicaba el terrorismo de Estado, Felipe González dice públicamente al líder del PP Alberto Núñez: “Si no le gusta la ley tiene derecho a cambiarla, pero no a incumplirla”. Interesante este consejo de González, una lástima que él mismo, y los que conformaron sus sucesivos gabinetes, no se lo puedan aplicar con efecto retroactivo y, con ello, generar el efecto Lázaro, esto es, que los muertos se levanten de sus tumbas, los que ellos mismos provocaron y, ya de paso, también los que cayeron secretamente con los gobiernos anteriores y posteriores sin importar la procedencia del partido. 


Acabo mi escrito con inquietud, la que me provoca pensar si esa costumbre de apuntalar reyes ya se acabó o, por el contrario, sigue vigente y los servicios secretos no han cejado en hacer todo lo que sea necesario como mamporreros reales de eméritos, presentes y futuros. Hasta hace nada, el general Félix Sanz, otro director de los servicios secretos que sucedieron al CESID, el CNI, ha seguido con esa suerte de cabildeo real que deja el honor que como militar se le supone a la altura de sus zapatos, porque poco más arriba puede estar cuando se atrevió a encerrarse en una habitación de hotel en Londres con la princesa alemana para explicarle que lo que estaba haciendo estaba mal, muy mal, y que era una niña muy mala. ¿Y luego Sanz viene y nos cuenta que él no amenazó a esta experta internacional en fortunas públicas y privadas? Por supuesto que posiblemente no la amenazó, porque no hacía falta hacerlo, esa mujer, y cualquier persona con una mínima formación, era perfectamente consciente de que cuando te visita el que manda en los espías para hablar del Rey su vida, y la de los suyos, podría llegar a estar en peligro.


Afortunadamente los tiempos están cambiando y las monarquías europeas ya no necesitan apuntalamientos de los servicios secretos, aunque algunos suicidios nos sigan haciendo pensar que hay gente oscura que, como Narcís Serra, el mamporrero de Juan Carlos I, mantiene la creencia de que “Cuando se tienen altas responsabilidades, hay muchas decisiones difíciles”. 


 

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