miércoles, 9 de febrero de 2022

VIVIR Y DEJAR VIVIR (II)


Por Javier Bleda

Cuando terminaba 2021 escribí VIVIR Y DEJAR VIVIR queriendo dar a entender a esas personas que me cuentan sus penas, pero no aceptan soluciones, que existen escuchantes mejor preparados que yo para aguantarles el discurso sin alterar sus negativas de categoría cansino-peñazo-no hay remedio para lo mío. Al escribir intenté que mis palabras no fueran más hirientes de lo que normalmente son, y ello porque sabía que entre los lectores podía andar agazapado algún, alguna, algune negacionista de lo existencial, de los que me confían sus dudas y sus propias respuestas, y mi intención, en ningún caso, era quedar mal con ellos, ellas o elles (¡joder qué coñazo esto del lenguaje inclusivo!).

Ahora, cuando ya el año va tomando fuerza y el mes de enero no es más que un puro recuerdo de lo que podía haber sido, debo retomar el tema para pedirme disculpas por haber escrito de algo que ha perturbado mi línea telefónica mil veces más que cuando escribo sobre que el emérito ha conseguido que su propia corona parezca bastarda.

Para esta circunstancia de pedirme perdón, y perdonarme al mismo tiempo, he pensado que no podía haber mejores palabras de acompañamiento duelístico que estas del poeta Eddie (J. Bermúdez), sacadas de su libro Huesos de luciérnaga:

“(…)perdóname poesía

por enfriarte el alud del pecho

y haberte cosido con anzuelos

tu desdentado hocico de miel y lujuria

perdóname, Poesía(…)”

Cerca de treinta personas, o eso creo que eran, contactaron conmigo de una u otra manera para inquirirme sobre si me refería a cada una de ellas en mi artículo, y como siempre he sido muy valiente en las distancias largas hacía ver que me molestaba porque pudieran haber llegado a pensar que yo hubiera podido pensar que pensaban así respecto a los pensamientos manifestados sobre lo que pienso que piensan cuando les digo que pensar eso es un error y ellas me responden que piensan así porque yo no sé lo que pasa por sus pensamientos cuando piensan que sus problemas no tienen solución por mucho que piensen lo contrario (momento Groucho basado en la parte contratante de la primera parte, de vez en cuando lo necesito).

Casi treinta personas, ni más ni menos, insisto, ni más ni menos, contactaron conmigo dándose por aludidas, o lo que es peor, sabiéndose aludidas hacían como que mis palabras no iban con ellas, y como que había escrito refiriéndome a otras gentes que dan el peñazo con sus problemas psicológicos y luego no aceptan ni un maldito consejo, porque debe ser que el fin del mundo está cerca y ello es motivo más que suficiente para cada cual creernos ombligo de nuestro propio universo personal, ese que empieza en la boca y acaba en el ano.

Que alguien busque a otra persona para contarle sus problemas, sus pesares, sus imposibles, sus dudas sobre la vida y la muerte, sus conflictos emocionales, sus duelos sin cerrar de historias que no merecen duelo, sus relaciones impenitentes con maridos y esposas, novios y novias, con amantes formales y otros de quitar y poner, incluso sus opiniones no solicitadas sobre cualquier asunto absolutamente intranscendente, y hasta los transcendentes, sus perversiones que hasta ese momento eran secretas, sus vicios que nunca imaginaría o si no les apetece hacer nada, como si hacer algo le apeteciera a cualquiera. Insisto, que alguien busque a otra persona para machacarle con todos estos residuos mentales es más injusto que una votación del Benidorm Fest, o del Congreso de los Diputados, que ya es decir.

Para estas diatribas de estar por casa no hay ni tan siquiera un contenedor de reciclado al uso, y a pesar de todo son de obligado escuchamiento en modo sacerdote católico no pederasta dentro de un confesionario, con una paciencia digna de los mejores solicitadores de préstamos bancarios, siendo plenamente conscientes de que el préstamo nunca llegará porque el historial crediticio tiene menos envergadura que un pretendido coito después de dos botellas de vino barato.

De verdad que ha resultado casi una pesadilla de noche de Ánimas en su versión más hallowinera verme interrogado una y otra vez por amistades (mujeres en su mayoría, lo confieso), queriendo saber si me refería a ellas cuando escribía mi desasosiego por las personas que niegan la existencia de posibles soluciones para la narrativa de sus problemas. Pero, con todo, lo peor era que una vez bien mentidas, y aceptada la mentira por parte de ellas, sabiéndose liberadas de culpa, volvían al ataque intentando contagiarme su pesimismo de mampostería barata, de esa con la que no te puedes cabrear porque si le das un puñetazo en lugar de destrozarte la mano te cargas el tabique.

Claro que, como diría Rafa Nadal, todo es manifiestamente superable, de ahí que cuando el Covid se dejó caer en mi vida y la de mis dos pequeños con la misma contundencia que el nuevo año, llegando a hacerme pensar seriamente que mis días de bandido camero llegaban a su fin, mis plañideras privadas cambiaban temporalmente su discurso de agonía psicofreudiana por el de contadoras de batallas médicas de sala de espera. Así, una vez que cada día me daban las recomendaciones necesarias, con todo tipo de consejos conocidos, y hasta desconocidos, para reducir la fiebre, controlar la tos profunda y hacer que el aire que no llegaba a mis pulmones llegase a través de sus encomiendas, volvían al ataque y me contaban que mal, lo que se dice estar mal de verdad, fue como lo pasaron ellas en alguno de sus múltiples episodios de disloque de la salud. ¿Puede haber peor tormento que tener fiebre alta, no poder respirar bien y, aún encima, que alguien te ande contando a diario sus mierdas físicas o mentales? Pues sí, puede haberlo, y es justo en ese momento en que, para darte ánimo y que no te sientas solo en la agonía, te recuerdan que hay mucha gente de tu edad que ha muerto, está muriendo o puede morir próximamente. ¡Malditas sean las agoreras amigas!

También este episodio cóvico, que ya parece haber pasado, me ha dado que pensar en algo que lo mismo no tiene fuste, pero que una vez analizado podría responder a la pregunta de por qué ando ejerciendo de padre soltero sin que engañar a alguna parezca una posibilidad cuántica aceptable. Esto lo digo porque mis llamantas, o mensajeantas, mientras estaba malito, nunca me preguntaban por mis pequeños, que igualmente padecían la enfermedad, de hecho la niña tuvo también sus momentos heroicos. ¿Qué puede demostrar esto? Pues, a mi entender, que los hombres con mochila pesada valemos menos en el mercado que un pretendido vino de tapón de rosca, y que a ciertas edades hacer de madres postizas posiblemente sea una ensoñación de los que buscamos una última oportunidad en el amor (esto del amor seguramente lo he puesto porque el Covid me ha dejado alguna secuela mental).

No tengo muy claro si, después de todo esto que he escrito, alguien comprenderá el porqué de las palabras seleccionadas del poeta al principio de este texto, pero los que, como yo, entendemos que la vida es poesía, lo cual no necesariamente nos convierte en poetas, no se confundan, llegado un momento debemos pedir perdón a la Poesía, con mayúscula, por haber cercenado, con nuestra parsimonia de presuntos sapiens, todos esos momentos de verdaderos claroscuros que convierten lo intangible en versos, con rima o sin ella, pero poesía a fin de cuentas.

Antes de acabar quiero hacer una mención especial a cuatro de mis mensajeantas, porque llegaron a creer que la imaginaria Asociación de Maridos Vilipendiados me había regalado de verdad una muñeca de silicona para que, a partir de dejarme llevar por sus cavidades secretas, pudiera calmar mis impulsos de cazador y sus mujeres ya no tuvieran que andar tomando precauciones como Caperucita Roja. Dos de ellas incluso me echaron una bronca, porque de una persona como yo no esperaban eso (lo mismo se confundían, porque de una persona como yo incluso yo mismo espero cosas mucho peores). A esta licencia literaria le puse el nombre de Petra, y creo que, visto lo visto, llegaré a hacer un crowdfunding para hacerme con una Petra siliconada real, porque seguro que ella no pondría objeciones a que mi mochila incluya cualquier cosa que aleje de las ensoñaciones.

Perdóname poesía, que diría Eddie el poeta, el mismo que ha diseñado una camiseta en la que se puede leer “I’m a fucking poet”. Puto poeta, maldito poeta, jodido poeta, porque un poeta, o es todo eso, o es una persona, y los poetas personas no deben ser muy de fiar.

Créditos de la foto

Texto impreso: Eddie (J. Bermúdez)

Foto: Esteve Bosch de Jaureguizar

Arrugas: Correos de España

Sobre: PP

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